21 julio 2009

Celebración de la amistad. 1

En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre.
En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave; pana por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y llave por…
-Llave por llave - me dice Mario Benedetti.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.

De "El libro de los abrazos" de Eduardo Galeano. Descargar de librosgratis.

12 septiembre 2006

Vuela alto

Después de la Segunda Guerra Mundial, un joven piloto inglés probaba un frágil avión monomotor en una peligrosa aventura alrededor del mundo.
Poco después de despegar de uno de los pequeños e improvisados aeródromos de la India, oyó un ruido extraño que venía de detrás de su asiento y se dio cuenta que había una rata a bordo y que, si roía la cobertura de lona, podía destruír su frágil avión.
Podía volver al aeropuerto para librarse de su incómodo, peligroso e inesperado pasajero. De repente recordó que las ratas no resisten las grandes alturas. Volando cada vez más alto, poco a poco cesaron los ruidos que ponían en peligro su viaje.

Si amenazan destruirte por envidia, calumnia o maledicencia... ¡VUELA MÁS ALTO!.
Si te critican... ¡VUELA MÁS ALTO!.
Si te hacen alguna injusticia... ¡VUELA AUN MÁS ALTO!

ACUERDATE SIEMPRE QUE LAS RATAS NO RESISTEN LAS GRANDES ALTURAS.

Deseo que hoy y siempre tengas el coraje de levantar vuelo y volar siempre alto, muy alto, con la cabeza en las nubes y los pies bien fijos en el suelo. Deseo también que cuando estés volando sepas mirar para abajo y ver que existen criaturas mucho más pequeñas que tú y cuán grande e importante eres delante de ellas; y que en esa misma proporción, también mires para arriba y veas cómo es de grandioso el cielo que te cubre y percibas el tamaño de tu pequeñez frente al Universo y al Creador.

[Ruego disculpas por no poder aportar el nombre del autor de este texto, porque realmente lo ignoro. Alguien que también desconoce esa autoría me lo ha hecho llegar por e-mail. Si alguien sabe de dónde ha salido este texto, agradeceré la información.]

04 septiembre 2006

Sémele


I
“De nuevo ese extranjero en el camino, y de nuevo me está mirando... ¡Qué bello es!... Me haré la distraída, no está bien que una joven se dé por enterada... ¿Quién será? Nunca antes lo vi... Y me sigue con sus ojos... Si me habla... ¿qué le diré?... ¡Ay, dioses paternos! Ojalá que me diga algo... no... mejor que no se me acerque... me pondría colorada... no sabría cómo hablar... los nervios no me dejarían pensar...”
“¡Sémele, Sémele, vamos, no te quedes atrás, ¿Qué te pasa? ¿Qué dirán padre y madre si nos retrasamos?”
La muchacha había vuelto la cara para oír a sus hermanas, cuando quiso mirar de nuevo al ‘extranjero’, éste ya no estaba.
“Se fue, ¿dónde se metió? Estaba allí, en el camino y ya no está, quizás sólo haya sido un espejismo, un hermoso espejismo.”
Aquella noche, estando ya las luces de la casa apagadas y todos durmiendo, Sémele se despertó sobresaltada: entre sueños había oído su nombre. La llamaba alguien y no era producto de su imaginación. La voz venía del patio. Sí, estaba segura, al otro lado de la ventana, alguien pronunciaba su nombre con el más maravilloso tono de voz que jamás hubiera oído, “Sémele, Sémele ven, te estoy esperando” Y casi le sonaba a música.
Con cierto temor y guiada por algo que no alcanzaba a comprender, se acercó hasta la reja y allí, en medio del patio, apoyado en el pozo, iluminado por la luna llena, estaba el extranjero del camino.
Aun estando en la oscuridad del cuarto, pareció que él la hubiera visto. Extendió su mano hacía ella, “Sémele, no tengas miedo, ven a mí. Te espero siempre. Pronto, muy pronto...” “¿Quién eres?...” Apenas era capaz de articular las palabras. De nuevo, como había sucedido por la tarde, el hombre desapareció. “¿Cómo sabe mi nombre? ¿Cómo entró en el patio? ¿Conocerá a alguno de los sirvientes? Esto no ha sido un sueño, puesto que estoy despierta. Estaba ahí, y me ha hablado y me ha llamado por mi nombre... Puede ser... puede ser que mañana lo vea de nuevo... puede ser que en el camino... o en el río. Él estará allí, esperándome, él mismo lo dijo”

II
Las hermanas reían y chapoteaban con el agua, ella no perdía de vista la otra orilla. Una de las hermanas notó que estaba como ausente. “¿Qué tendrá Sémele?” “Dice el aya Béroe que no ha dormido, que apenas amaneció ya estaba levantada y que decía cosas extrañas sobre alguien que la esperaba...” “y ahora anda despistada y perdida, o mejor, como si se le hubiera perdido algo.” “¿Qué te pasa, niña Sémele, estás enferma?” “Déjala, no ves que está hipnotizada mirando al vacío. Ya se le pasará”.
Pero Sémele ya no oía nada, porque lo había visto, allá en la orilla opuesta, mirándola con aquella mirada suya, como si no hubiera otra cosa en el mundo nada más que ella. Y ella sintió esas cosquillas que empezaba a sentir cada vez que lo veía, ese hormigueo que le recorría el cuerpo y que le hacía sentir al mismo tiempo como un grano de trigo y como todo un sembrado; como una humilde luciérnaga y como una enorme águila; pequeña y poderosa.
Y él la miraba, sin hablarle, nada le dijo, sólo la miraba abarcándola toda, y ella, hechizada, sólo sabía que nunca jamás podría volver a vivir sin esa mirada.
Como si vinieran de otro mundo, oyó las voces de sus hermanas: “Sémele, Sémele, ven, vamos, ¿qué haces hermana?, le dijo Ino a su lado, te estamos esperando.”
Sémele se dejó llevar, como ya era habitual, él había desaparecido como si fuera humo. Ella sabía, sin embargo, que a la noche lo encontraría al lado del pozo.

III
Sémele esperó a que todos durmieran y antes de que él la llamara, ella salió. No se sorprendió cuando lo vio apoyado en el pozo. “Sémele no tengas miedo. Conmigo estás segura. Yo te voy a amar como nadie lo hará jamás. Serás mujer entre mis brazos”
Y ella se dejaba abrazar.
“Si te preguntan, diles que soy Zeus, el omnipotente, y tú eres mi elegida”

IV
“Eso fue lo que me dijo” Sus hermanas la miraban con gestos incrédulos y alguna sonrisa irónica. “¡Estás loca! Nosotras no hemos visto a ningún hombre ni en el camino ni en el río. Nadie puede pasar al patio sin que los guardianes lo vean. Si te estás viendo, en secreto, con un hombre y madre o padre se enteran, matarán a ese Zeus tuyo de pacotilla” “Pero él me dijo...” “Mira, niña (terció la nodriza Béroe que caminaba junto a las muchachas), yo soy vieja y he visto y he oído muchas historias... dile a ese Zeus tuyo que te demuestre quién es, si es Zeus, omnipotente, que se presente tal como es. Él mismo descubrirá el engaño” “Aya, yo le creo... él me ama, y yo le amo... se lo diré a mi madre, Harmonía entenderá... sus padres...” “Calla, niña, calla y sigamos el camino”
Sémele recordaba la conversación mientras que enjuagaba la ropa en el río. De pronto se sintió observada, levantó la vista y allí estaba él. “Me gusta cómo la túnica húmeda marca tu cuerpo... (le dijo él sin hablar) Dudas de mí... la vieja Béroe te ha infundido la duda. Yo quiero amarte como un hombre, pero si tú lo deseas... te amaré como un dios. Esta noche te veré junto al pozo y llegaré como tú quieres verme” “Yo...” “Luego, no dudarás, sabrás que te ha amado un dios, y plantaré en ti mi semilla”

V
Cantaban los grillos y alguna rana croaba en el fondo del pozo, la brisa movía los ramas de los granados. La luna llena seguía brillando en el cielo. Sus hermanas le habían dicho que no fuera, que se olvidara de ese hombre, si es que de verdad existía, que él sólo quería burlarse de ella... Sin embargo, fue. Allí estaba esperando su llegada... miraba a un lado y a otro, pero nada veía. Empezaba a creer que sus hermanas tenían razón, que todo era producto de su imaginación.
De pronto sintió... el silencio. Todo se había callado, ni los grillos ni la rana se oían. La brisa se había detenido. En su cuerpo, un calor extraño empezó a sofocarla, hasta que la inundó por completo. Un rayo dividió el cielo en dos. Un trueno hizo temblar la tierra y el aire. De lo más profundo de su ser, surgió un grito desgarrado, mezcla de pasión y de terror, como si con él se hubiera liberado de su propio ser, se dejó caer como una marioneta a la que le cortan los hilos.
Una sombra se le acercó y extrajo algo de la mujer caída. “No lo quise yo, Sémele, yo te hubiera querido siempre...”

VI
En la casa, empezaron a encenderse las luces. Las hermanas corrían por las habitaciones buscando a la niña Sémele. Todos salieron al patio, a tiempo de sentir una especie de brisa helada que tomaba vuelo. Allí, junto al pozo, encontraron la túnica de Sémele, sus sandalias y sus horquillas, mezcladas con una ceniza humeante aún. Béroe se arrodilló junto a ella y musitó: “Era cierto. Era él”

Inmaculada Manzanares

Entre ruinas

¿Recuerdas que volvimos a la ciudad después del bombardeo?
Yo recuerdo cómo caminábamos por los escombros, miramos con tristeza la que hasta la noche anterior había sido considerada como una población próspera. Ahora, las calles donde ayer corrían niños, los viejos tomaban el sol y las mujeres se preguntaban unas a otras qué noticias tenían de los familiares que estaban en el frente, estaban solitarias y tristes, desoladas.
Esas mujeres que se lamentaban de la guerra, pero que creían que estaba lejos de ellas, que sus hijos, cuando jugaban en la calle, no corrían ningún peligro, comprendieron, de golpe, que la guerra estaba allí mismo.
Recuerda que íbamos señalando los restos de la escuela, de la iglesia, de la taberna en la que apenas hacía dos días comentábamos las últimas incidencias...
De pronto, oímos un llanto, nos miramos sorprendidos y nerviosos empezamos a buscar el origen de aquel lamento. Nos hicimos heridas en las manos, buscando entre los escombros, hasta que llegamos desde donde partía. Nuestros corazones casi gritaban entre la desesperación y la alegría de encontrar una vida.
Cascotes y cascotes... ¡Dios santo! nos quedamos petrificados, todas nuestras esperanzas se derrumbaron e incluso a más de uno le salió una carcajada histérica ante nuestro descubrimiento: ¡una muñeca!
Era una muñeca abandonada por las prisas...

Inma Manzanares

A las cuatro de la tarde...

Qué lentamente pasan las horas aquí dentro. Esperando no sé qué. Quizás eso sea lo peor, que no sepamos qué nos va a llegar. Algunos dicen que ellos lo saben, pero que no nos lo dicen a los demás para no lastimarnos. Es una tontería. Sólo se quieren hacer los interesantes. Entre estas paredes con olor a humedad, no queda otra cosa nada más que recordar. Recordar aquellos inmensos pastizales donde, apenas hace tres o cuatro días (o tres o cuatro siglos, qué lento pasa el tiempo), nos divertíamos. Mis amigos seguirán allí. Supongo que ya me estarán echando de menos, como yo a ellos.
Recordar. Cuando éramos pequeños, íbamos todos en tropel. Corríamos, saltábamos. Ninguna pena ni preocupación nos perturbaba. Mamá siempre tenía un poco de alimento disponible para nosotros. Qué dulce y fresca era aquella leche. Aquella sensación en la garganta, todavía me hace sentir bien. ¡Ah! ¿y la hierba? verde como ninguna. En algunas zonas, más altas que los cachorros que jugábamos entre ellas. Y en verano, cuando el sol era fuerte y no apetecía hacer nada, nos tumbábamos bajo cualquier olivo, viendo revolotear las moscas a nuestro alrededor.
Un día cualquiera dejé de ser un cachorro y me enamoré. Ella era la más hermosa, la más bella. Sus ojos brillaban bajo sus largas pestañas (sé que esto puede parecer cursi, pero ¿quién no es cursi cuando se enamora?). Era una hembra muy codiciada. Tuve que luchar con algunos de mis antiguos compañeros de juego, pero ninguno fue rival para mí. Sin embargo, aquellos enfrentamientos demostraron a todos que no era uno cualquiera, que tenían que tenerme cierto respeto y mantener las distancias. Me convertí en una especie de jefe entre los jóvenes.
Creo que fue por aquella época. Unos muchachos aparecieron una noche. Saltaron las vallas y se colaron en nuestros dominios. Llevaban trapos que blandieron ante nosotros, mientras que nos provocaban con una especie de baile ritual. Aquello nos resultaba gracioso, así que nos acercamos a ellos y quisimos participar de sus movimientos. Ellos parecían encantados de todo aquel festejo. De pronto, todos se retiraron, menos uno. Éste se paró delante de mí y me miró a los ojos, fijamente como si quisiera hipnotizarme. Me golpeó con una vara que llevaba. No sé qué me pasó, pero de pronto, sentí que los juegos habían terminado, sólo veía una nube roja y unos deseos irrefrenables de demostrarle que yo era un jefe me dominaron. Los hombres que miraban el espectáculo desde la valla gritaban, ‘¡ole!, toro’, ‘¡ea, torito!’, y a cada grito, la nube roja crecía.
En ese momento se oyeron disparos, los chicos salieron corriendo, como si temieran algo. Pensé que había sido yo el que los había asustado, pero, luego, con el tiempo, descubrí que no fui yo, pobre tonto, sino aquellos disparos que sonaban desde la casa del cortijero.
La vida siguió, pero no igual. Aquella aventura me hizo reflexivo. No podía apartar de mi cabeza la mirada del muchacho y no podía explicar aquella nube roja que había visto, aquella cólera que me había producido el toque de la vara sobre mi testuz y los gritos eufóricos de los compañeros del chico.
Durante un tiempo, me volví solitario y huraño, no es que no me gustase estar con mis antiguos amigos, pero temía que aquella nube roja reapareciera, temía que si eso ocurría, perdiera mi razón y me dejara atrapar por una ira destructiva.
Sólo mi compañera y algunos amigos íntimos comprendieron mis sentimientos. Con ellos traté, con frecuencia, el tema. ¿Qué haríamos si alguien quisiera atacar le dehesa, cómo nos defenderíamos, tendríamos que estar siempre a expensas del cortijero? Entonces decidimos hacer algo. Vivir apartado del resto de la manada no era la solución, al contrario, deberíamos unirnos para ser fuertes. Prepararnos. Tomé fama de temible y me convertí en el general de aquel extraño ejército.
Ahora, desde aquí, al recordar todo aquello, pienso que eran entretenimientos, juegos como los de la infancia, pero de mayores. Hasta una triste sonrisa me sale, una sonrisa irónica. Pensábamos que nos habíamos vueltos invulnerables, que nadie podría atacarnos. No obstante, fue bastante fácil para los humanos que nos cuidaban separarnos y destruirnos.
Una tarde de aquellas de verano, asfixiante, llegó un camión. El cortijero nos señaló a algunos y unos hombres nos metieron, a la fuerza, en la caja. Para nada sirvieron nuestros saltos, nuestros intentos de defendernos. El camión echó a andar y yo dejé atrás toda mi vida.
Eso fue hace apenas una semana, pero es como si hubieran pasado años. Nos llevaron hasta unos corrales. Unos humanos trajeados iban entrando y nos iban seleccionando. ‘Aquel’, decía uno, ‘El rojizo’, decía otro... Y de pronto, sentí aquella mirada hipnotizante sobre mí y reconocí, bajo aquel traje oscuro, a aquel chico que una noche me incitó a atacarle. No podría ser otro, todos los días desde entonces lo había tenido presente. ‘El zaino’, dijo, señalándome. A partir de ahí, todo fueron empujones por parte de ellos, embestidas por la mía, hasta parar aquí. En este cuchitril, sin apenas aire para los seis que estamos esperando. Esperando no sé qué.
Desde hace unas horas, fuera ha habido movimiento, se oyen las voces de hombres, gritando consignas y dando instrucciones.
En este preciso momento, una música suena. ‘No está mal’, ha dicho uno a mi lado. A mí me parece horrenda. Con los cuernos embisto la puerta. Un tipejo mugriento se ha asomado por arriba. ‘¿qué, torito, eres fiero? ¿no te gusta el paso doble?’.
¿Fiero? si querer la libertad, vivir junto a los míos, correr por el campo junto a mi compañera, sentir la hierba bajo mis patas, sentir el sol del verano, el agua del río, la sombra de los olivos, la luz de la luna... si amar todo eso y detestar estas cuatro paredes que huelen a humedad y a meados y esa música espantosa es serfiero, entonces, sí, soy fiero y bravo.
Voy a ser el primero de los seis en salir. Me han puesto en otra dependencia, desde aquí se ve algo de luz. Se abre la puerta y desde los lados me animan para que salga. La furia, las ganas de sentir el sol, los gritos de multitud de personas me empujan. Estoy en medio de una plaza, el suelo de arena dorada que reverbera bajo el sol de la tarde. Otros brillos se me acercan, parecen hombres vestidos con luces.
Miro a la derecha, miro a la izquierda, hasta mí llegan gritos que me dañan el alma. ‘¡olé, toro!’ ‘¡ea, torito!’ Siento una mirada hipnotizante, no tengo ni que volverme para saber que él está ahí. Y sé que esta vez no va a haber disparos que frenen nuestro choque. Me vuelvo. Una nube roja. Él va armado con una larga y filosa espada que cree ocultar bajo una enorme capa. Yo sólo con mi cornamenta. Esto va a ser un duelo a muerte. Una carnicería. Mi vida tiene minutos. Voy a luchar hasta el final.


Inma Manzanares

14 agosto 2006

Ítaca

(Constantino Kavafys. Versión de Pedro Bádenas de la Peña)

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los Lestrigones ni a los Cíclopes,
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los Lestrigones ni a los Cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no lo llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante tí.

Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.


¿Qué otra cosa es la vida sino este camino, una travesía llena de obstáculos pero también de momentos felices? ¿Somos conscientes de la importancia de vivir con plenitud "el camino" ya que mañana no podremos pisar de nuevo por donde hemos andado hoy? Este es un viaje siempre hacia adelante sin posibilidad de retroceso. No dejemos nada de lo que nos importa en la cuneta ni arrastremos en nuestras alforjas cargas que entorpezcan nuestro avance.
(Ana M.R. - Agosto'06)

26 mayo 2006

APRENDIENDO

(Jorge Luis Borges)

Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia entre
sostener una mano y encadenar un alma,
y uno aprende que el amor no significa acostarse,
y una compañía no significa seguridad,
y uno empieza a aprender...
Que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas,
y uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos,
y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana
es demasiado inseguro para planes...
y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo uno aprende que
si es demasiado, hasta el calor del Sol quema.
Así que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma,
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que
realmente puede aguantar,
que uno es realmente fuerte,
que uno realmente vale,
y uno aprende y aprende...
y con cada día uno aprende.
Con el tiempo aprendes que
estar con alguien porque te ofrece un buen futuro
significa que tarde o temprano
querrás volver a tu pasado.
Con el tiempo comprendes que
solo quien es capaz de amarte con tus defectos,
sin pretender cambiarte,
puede brindarte toda la felicidad que deseas.
Con el tiempo te das cuenta de que
si estás al lado de esa persona
sólo por acompañar tu soledad,
irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.
Con el tiempo entiendes que
los verdaderos amigos son contados,
y el que no lucha por ellos
tarde o temprano se verá rodeado solo de amistades falsas.
Con el tiempo aprendes que
las palabras dichas en un momento de ira
pueden seguir lastimando a quien heriste,
durante toda la vida.
Con el tiempo aprendes que
disculpar cualquiera lo hace,
pero perdonar es solo de almas grandes.
Con el tiempo comprendes que
si has herido a un amigo duramente,
muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.
Con el tiempo te das cuenta que
aunque seas feliz con tus amigos,
algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te das cuenta de que
cada experiencia vivida con cada persona
es irrepetible.
Con el tiempo te das cuenta de que
el que humilla o desprecia a un ser humano,
tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios
multiplicados al cuadrado.
Con el tiempo comprendes que
apresurar las cosas o forzarlas a que pasen
ocasionará que al final no sean como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta de que
en realidad lo mejor no era el futuro,
sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante...
Pero desafortunadamente,
solo con el tiempo...

23 mayo 2006

La oración gestáltica de Fritz, según J. Bucay

Yo soy yo.
Tú eres tú.
Yo no estoy en este mundo
Para llenar todas tus expectativas
Y sé
Que tú no estás en este mundo
Para llenar todas las mías.
Porque yo soy yo
Y tú eres tú.
Y, cuando tú y yo nos encontramos
Es hermoso.
Y cuando, encontrándonos, no nos encontramos
No hay nada que hacer.

LA LLAVE DE LA FELICIDAD


Cuenta la leyenda que antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura.
Uno de ellos dijo:
- Pronto serán creados los humanos. No es justo que tengan tantas virtudes y tantas posibilidades. Deberíamos hacer algo para que les sea más difícil seguir adelante.
Llenémoslos de vicios y de defectos; eso los destruirá.
El más anciano de los duendes dijo:
- Está previsto que tengan defectos y dobleces, pero eso sólo servirá para hacerlos más completos. Creo que debemos privarlos de algo que, aunque sea pequeño, les haga vivir cada día un desafío.
- ¡Qué divertido! —dijeron todos.
Un joven y astuto duende, desde un rincón, comentó:
- Deberíamos quitarles algo que sea importante... ¿pero qué?
Después de mucho pensar, el viejo duende exclamó:
- ¡Ya sé! Vamos a quitarles la llave de la felicidad.
- ¡Maravilloso... fantástico... excelente idea! —gritaron los duendes mientras bailaban alrededor de un caldero.
El viejo duende siguió:
- El problema va a ser dónde esconderla para que no puedan encontrarla.
El primero de ellos volvió a tomar la palabra:
- Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo.
A lo que inmediatamente otro miembro repuso:
- No, recuerda que tienen fuerza y son tenaces; fácilmente, alguna vez, alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos podrán escalarlo y el desafío terminará.
Un tercer duende propuso:
- Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar.
Un cuarto todavía tomó la palabra y contestó:
- No, recuerda que tienen curiosidad; en determinado momento algunos construirán un aparato para poder bajar y entonces la encontrarán fácilmente.
El tercero dijo:
- Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra.
A lo cual los otros dijeron:
- No, recuerda su inteligencia, un día alguno van a construir una nave en la que puedan viajar a otros planetas y la van a descubrir.

Un duende viejo, que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás, se puso de pie en el centro y dijo:
- Creo saber dónde ponerla para que realmente no la descubran. Debemos esconderla donde nunca la buscarían.
Todos se giraron asombrados y preguntaron al unísono:
- ¿Dónde?
El duende respondió:
- La esconderemos dentro de ellos mismos... muy cerca del corazón...
Las risas y los aplausos se multiplicaron. Todos los duendes gritan:
- ¡Ja... Ja... Ja...! Estarán tan ocupados buscándola fuera, desesperados, sin saber que la llevan consigo todo el tiempo.
El joven escéptico acotó:
- Los hombres tienen el deseo de ser felices, tarde o temprano alguien será suficientemente sabio para descubrir dónde está llave y se lo dirá a todos.
- Quizá suceda así —dijo el más anciano de los duendes—, pero los hombres también poseen una innata desconfianza acerca de las cosas simples. Si ese hombre llegara a existir y revelara que el secreto está escondido en el interior de cada uno, nadie le creerá.

Encontrar el sentido de tu vida es descubrir la llave de la felicidad.
La respuesta a la pregunta sobre el sentido de tu vida está dentro de ti mismo.
Y vas a tener que encontrar tu propia respuesta.
Definir el sentido no debe ser un tema sacralizado en un intento de magnificar la decisión y el compromiso que implica, pero tampoco debe ser dejado de lado como si fuera un hecho poco importante.
Una decisión de este tipo determina y re-significa mis acciones posteriores, así como actualiza en gran medida mi escala de valores.
Si yo decido que una determinada búsqueda, por ejemplo, le da sentido a mi vida, nada podría evitar que dedique la mayor parte de mi tiempo a esa tarea.
Nadie podría impedir que esa búsqueda se vuelva más importante que cualquier otra cosa, sobre todo más importante que cualquier otro objetivo de los impuestos por los condicionamientos familiares, culturales o afectivos.
Cada uno construye su vida eligiendo su camino.

18 octubre 2005

PASEANDO POR LA AVENIDA DEL PARQUE

(Un relato original de Inmaculada Manzanares Ruiz)

Él le sonrió. Ella le sonrió ¿Cómo está usted hoy?, le dijo él o ella, da igual. Bien, con un poco de jaqueca, le contestó él o ella, da igual. Son los calores, se dijeron. Sí, debe de ser eso, en verano siempre pasa. Y luego la humedad, que no nos deja respirar. Quizás llueva hoy. No creo, el hombre del tiempo no ha dicho nada de lluvias. Bueno, entonces, otro día más de sofoco. Iban paseando juntos, casi rozándose por la avenida del parque. Todos los días se encontraban allí, no de forma explícita. Pero ambos sabían que cuando llegaran al parque con sus respectivos nietos, el otro iba a estar allí esperándolo. Fingían que el encuentro había sido casual, y que no lo habían estado deseando durante todo el día, desde el mismo momento en el que se habían despedido la tarde anterior. ¡Juan! Ven aquí. Este niño me va a matar, decía ella. Déjele usted, es bueno que corran y que se diviertan un rato. Claro, eso lo dice usted porque su nieto es un sol de bueno y su nuera de usted lo quiere, pero ya sabe usted cómo es mi nuera... ¿Otra vez han discutido? Debería usted hablar con su hijo... Mi hijo, ay, sólo ve por sus ojos...Siempre los mismos temas, cuando él hubiera querido decirle: Eres lo más bello que me ha pasado, y ella lo hubiera querido oír decir, y contestarle, Mi vida, tú sí que eres todo para mí, sentémonos aquí y dime esas palabras dulces que necesito oír, yo te las diré a ti. Cuando él le hubiera querido pedir que dejara aquella casa que se fuera con él, pero... y aquí volvía a la realidad, con él ¿dónde? Nada tenía para ofrecerle nada más que aquella avenida del parque. Y ella lo sabía. No obstante si él se lo hubiera propuesto, ella habría aceptado quedarse en aquel banco de aquella avenida todo lo que le quedara de vida ¡Abuelo, abuelo! ¿Nos vamos a casa? Sí, nene, ya vamos. Ya lo ve usted, siempre igual, los chicos son los que mandan, pero no se preocupe usted, verá como todo se arregla. Es cierto, ¿qué nos queda ya sino ellos? Y con el pensamiento se decía que no, que también le quedaba él, que era su única esperanza de sentirse viva. Él tomó sus manos y en un movimientos instintivo le dio un beso en la palma. Ella no tuvo tiempo de reaccionar cuando lo vio alejarse con su nieto de la mano. Durante toda aquella tarde sintió que la mano le palpitaba. Él a ratos se felicitaba por su atrevimiento, a ratos se sentía culpable de alentar algo que no podría ser nada.Al día siguiente los dos parecían haber olvidado aquel gesto de él, pero los dos sentían que estaban más cerca. Los temas de la conversación los mismos que todos los días: las nueras, los hijos, los nietos, el calor, y los otros temas, los que no se trataban en voz alta, los que sólo aparecían en las miradas, la soledad, la espera, el amor, el deseo que sentían y que siempre habían pensado que ya no volverían a sentir... Al final de la tarde, se decían adiós, hasta mañana, a ver si para mañana está usted mejor, sí, Dios lo quiera, seguro que son achaques pasajeros... Pero un día él esperó, esperó, y ella no llegaba. Primero se enojó con ella por haberle dado ese plantón, luego comprendió que algo debía haberle pasado, y esperó con ansia la tarde siguiente. Y la tarde siguiente llegó, pero ella no apareció. Sí apareció Juan, el nieto, con una chica de uniforme. ¿Y la señora? Le preguntó con un hilo de voz, ¿no estará enferma? Yo soy un amigo de la abuela. La chica entre globo y globo de chicle le explicó que la señora estaba en el geriátrico, en ese tan mono que han abierto en la calle X. Está en la gloria, la pobre estaba tan maaaaaaal.
Mentira, mentira, mentira, se repetía él mientras que esperaba en la salita del geriátrico a que alguien lo recibiera. Ella estaba bien, tenía bochornos por el calor, pero estaba bien. Ese ha sido el sinsal de su hijo. No sabía cómo iba a hacerlo, pero había ido allí con un único objetivo, sacarla, llevársela como fuera. Por eso, cuando salió el encargado a recibirlo dijo que era un familiar de la señora, que había venido desde otra ciudad solo para verla y que, y esto lo dijo de la forma más humilde que pudo, le suplicaba que le permitiera dar una vuelta por la manzana paseando con ella, que a ella le iba a venir bien, que ella era muy andariega y que eso seguro que le vendría bien. El encargado estaba en sus horas bajas, no había dormido bien aquella noche y las muelas le dolían, eso al menos fue lo que dijo luego para justificarse. Salieron agarrados del brazo, como si lo hubieran hecho toda su vida, ella sin comprender mucho de lo que sucedía, quizás algo dormida por los sedantes que le administraban para que durmiera. Pasito a pasito como si en realidad pasearan fueron dando la vuelta a la manzana, hasta que él comprobó que no lo podían ver desde ninguna de las ventanas de la residencia geriátrica. ¿Y ahora? Preguntó ella, o preguntó él, que eso importa poco. Ahora somos libres, contestó él o contestó ella, que eso tampoco importa mucho. Fueron hasta la avenida del parque. Te quiero tanto, dijo él o ella. Yo a ti también. No hubiera resistido vivir sin verte. Yo tampoco.
Algunos dijeron que lo habían visto pasear por aquella avenida toda la tarde, al caer la noche, cuando ya empezaba a sentirse el frescor de las últimas tardes del verano, salieron del parque.
Al día siguiente en una casita cercana, un vecino alarmado por el olor a gas llamó a la policía. Cuando entraron en la casa, encontraron dos cuerpos de dos ancianos, abrazados y echados sobre la cama, como si descansaran. Pero sólo encontraron los cuerpos, porque hay quien dice que sus almas siguen paseando por aquella avenida del parque, juntos para siempre."